Durante cuatro años, ha sido el pastor que ha guiado a la Iglesia de Peñaflor, periodo que hoy llega a su fin tras su traslado a la Parroquia de Sta. María de la Asunción de Alcalá del Río. D. José María Campos, segundo de seis hermanos, médico y sacerdote, acoge este cambio con ilusión aunque admite cierta tristeza por dejar atrás a la comunidad en la que se ha sentido acogido y querido en los últimos años. Peñaflor ha sido su primer destino tras su vuelta de la Diócesis de Toledo, dónde se formó en el Seminario de Santa Leocadia y fue párroco en Talavera de la Reina, Yeles… Pero lo que sin lugar a dudas más le marcó, fue su etapa como capellán en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, de la que extrajo experiencias vitales para su día a día. Aunque no destaque por su altura ni corpulencia, D. José María posee un gran carisma que te atrapa en las distancias cortas, con un trato cercano, directo y una sonrisa que te deja ver la bondad que irradia.
D. José María, usted llega a Peñaflor el 3 de septiembre de 2016 y entra en la imponente Iglesia de San Pedro Apóstol. ¿Cuál fue esa primera sensación?
Las impresiones fueron muchas. No había estado nunca en Peñaflor, aunque veía su iglesia al pasar en el tren cuando venía de Toledo a Sevilla. ¡Quién me iba a decir entonces que iba a aterrizar aquí como sacerdote durante 4 años! La primera impresión fue espectacular, porque con buen criterio la llaman la catedral de la Vega. Además su restauración está muy bien realizada. Celebrar en ella es algo grandioso, además de la historia que tiene detrás la Iglesia de San Pedro Apóstol. Sobrecoge celebrar la misa en este templo.
¿Qué balance hace de estos 4 años al frente de la Iglesia en Peñaflor?
A grandes rasgos, y sin quitarle importancia a los errores o problemas que haya habido, yo creo que positivo. En muchas facetas. A mí personalmente, tanto en lo humano como en lo sacerdotal. Yo vine aquí condicionado por una situación familiar. Volví a mis raíces de Sevilla y me alegré que fuese en un pueblo como Peñaflor. Sevilla y Toledo son muy distintas en las formas de vivir y celebrar la fe y devociones populares, y venir a Peñaflor es hacer ese cambio de una forma más suave de una diócesis a otra. Conoces a las personas con el paso del tiempo y ha sido muy positivo para mí y espero que también para la gente que queda aquí. Espero que con la labor que he realizado, con mis luces y mis sombras, haya quedado algo positivo para el pueblo de Peñaflor.
Durante su apostolado en Peñaflor, ¿qué es lo que más le ha preocupado?
Yo, con la experiencia que te dan ya los años, intento vivir no preocupándome de muchas cosas, sino ocupándome de cosas. Para un sacerdote, el centro de todo es la oración, no perder el centro que es la Eucaristía, y creo que si eres fiel a lo esencial, lo demás va encajando poco a poco. He tenido días con más tensión, más inquietud… pero no grandes preocupaciones ni grandes problemas. Vivir la fidelidad sacerdotal y estar cerca de las personas es lo más importante. A veces nos quitan el sueño cosas que no deberían hacerlo. Me debería preocupar perder lo esencial como sacerdote o ver que hay personas que están llevando una vida dramática, pero las cosas diarias, de hermandades, las materiales, de organización de la parroquia… esa son las cosas de cada día.
¿Qué diferencia hay entre la Iglesia, entendida como comunidad parroquial, que le dejó su antecesor y la que deja usted a su partida?
Parto de la idea de que cada sacerdote tiene su personalidad, su carisma, sus puntos esenciales en los que tú quieres apoyar tu vida personal y comunitaria. Yo entré intentando que fuese una comunidad muy apoyada en Jesucristo, y ese es el centro, y ahí se van encajando las devociones de nuestro municipio. Es importante saber a dónde vamos, qué es lo fundamental. Por eso entendía que debía ser una comunidad muy centrada en la Eucaristía, en la palabra de Dios, a la vez que abierta a las personas que necesiten. Buscar el centro y ser una Iglesia de puertas abiertas no es incompatible. Tú asumes cuando llegas una comunidad con sus luces y sus sombras, en este caso, con algunas dificultades de comunión dentro de sí misma, y por eso he intentado ayudar a mirar a Cristo, a María, y ahí encontrarnos. Buscando lo esencial se va encontrado la comunión, la paz. Al principio tienes que luchar un poco a contracorriente para implantar o proponer un orden. Y con el tiempo te das cuenta que como no era algo que no querías imponer a piñón fijo, pues ves los frutos, y estos frutos son la paz. Hay un ambiente de paz, de entendimiento, de armonía, y a partir de ahí se puede construir, mirar hacia adelante.

¿Cómo describiría usted a la comunidad católica de Peñaflor?
Yo creo que es un pueblo creyente, con una fe serena, en el sentido que no tienen unas efusiones fuertes, y pienso que eso es un punto positivo para Peñaflor, tener una fe serena. A partir de ahí, te encuentras con personas con una fe sencilla, que no practican mucho, pero que sí tienen un poso. Las raíces son fuertes en una comunidad de cuatro siglos. Es un pueblo que cree, pero con las formas del siglo XXI, con sus problemas, con sus dificultades… pero que tienen una fe de fondo que al rascar sale de momento. Este testimonio se me ha hecho muy evidente durante el confinamiento, cuando me venía a la iglesia por las mañanas para exponer el Santísimo y enviaba una alocución a través de Whatsapp y la gente me hacía llegar el bien que le había hecho. Me he encontrado también con un pueblo generoso, algo que se ha hecho evidente en cómo la gente se ha volcado también durante la pandemia con Cáritas, que sin pedir nada, la gente ha dado.
Y en este sentido, ¿qué le hace falta o en qué aspecto tiene que trabajar la Iglesia de Peñaflor de cara al futuro?
La fe es una luz para caminar en el tiempo, y por eso hay que vivir el día a día. La fe es la luz que Dios te da para vivir la realidad con un sentido nuevo. Pero creo que hay que vivir de certeza, de criterio, y ahí Cristo es el único Señor del tiempo y de la historia, como dijo San Juan Pablo II. Por eso dejémosle espacio a Cristo en nuestro corazón, en nuestra familia y lo demás ya lo irá marcando Él. La vida es el día a día, no es algo prefabricado. Y la vida, como la cultura, es expresión de una fe. Por eso, acojamos a Jesús y ya después Él irá iluminando.
Si por algún colectivo desfavorecido se ha desvivido, es por el de los enfermos de Peñaflor. Usted los ha visitado sin importarle que fueran asiduos a la iglesia o no. ¿Cómo es esa sensación una vez que sale de la casa del enfermo?
Es lo más grato del mundo. Una persona que está pasando por la etapa de sufrimiento en su vida, lo que necesita es consuelo, y ese consuelo viene con la cercanía y el cariño. Yo he estado mucho tiempo en el Hospital de Parapléjicos de Toledo y por eso es un campo que no me es ajeno. Además el sufrimiento exige mucha delicadeza. Hay que acercarse casi de puntillas, con mucho respeto y cariño, sin que vean que voy directamente a evangelizar. Yo me acerco a la persona, intentando de consolarle, como desde fuera, y adentrándome sin forzar, según la persona te va permitiendo y Dios te vaya abriendo camino por delante, para que se sienta querida, acompañada. El sufrimiento tiene un sentido, y es el amor, y nadie acompaña mejor a nadie más que el que te ama, según también decía San Juan Pablo II.

En Peñaflor, al igual que en todos los municipios, hay personas necesitadas, y ahí Cáritas desempeña una tarea fundamental. ¿Cómo describirías usted esa labor?
Cáritas es la mano alargada de la Iglesia hacia fuera. Y caridad es el amor de Dios hacia nosotros que sale fuera. No es cualquier tipo de filantropía. Es una institución dentro de la Iglesia que quiere llevar el amor de Dios a los más necesitados, un amor en realidades concretas. Es difícil para una persona pedir ayuda, y por eso es fundamental que se encuentren a un equipo de personas con los brazos abiertos, que se sientan acogidas y escuchadas. Y esa es la tarea de Cáritas. La persona no se te entrega si tú no te abres y por eso tiene que sentirse querida, escuchada, sin miedos ni vergüenzas.
Y las hermandades de Peñaflor, ¿qué papel cree que desempeñan?
Las hermandades son un tema muy importante dentro de la Iglesia Parroquial. Aquí hay muchos tipos de hermandades y agrupaciones: de mucha antigüedad, como la del Stmo. Cristo de Ánimas, que surge casi al mismo tiempo que esta parroquia y cuyo cometido era atender en aquella época a las personas que morían y no tenían recursos. Actualmente dedican una misa mensual y anualmente por todos los difuntos del pueblo. Las otras hermandades tienen también cada una su mensaje. La de la Virgen de Villadiego: no se entiende una comunidad sin la imagen de una patrona. Y la Virgen es la que mejor nos acerca a Cristo, por eso es mariana y sacramental. Las hermandades de Semana Santa nos acercan y nos hace meditar sobre el misterio de la pasión y muerte del Señor. Y la de la Virgen de la Encarnación, con otro mensaje como es el de la Anunciación a la Virgen María. Es el punto de conexión de una fe que se hace cultura y que tiene que prolongarse en el tiempo. Ahí está el reto de los hermandades, saber vivir el ritmo de los tiempos y aportar lo que ellas tienen como semilla más profunda: la devoción a María, la Eucaristía…
Además de la parroquia, ¿en qué otros lugares se hace visible Dios?
En cada persona. La obra máxima de Dios es el hombre, que lo creó a imagen y semejanza suya. Después, Dios ha querido hacerse presente en la Eucaristía, ahí es dónde está el Dios hecho Hombre, para darse al hombre. Y ese es un punto importante: hacer historia o ser memoria de mi pueblo desde la historia de una presencia, de un Dios que se ha hecho presente en esta parroquia desde el siglo XVII. Somos templos de Dios y ejemplos de ellos son todos los santos. Cada hombre es una presencia de Dios en el mundo, y por eso está llamado a encontrarse con Él.
Durante esos difíciles meses de la pandemia de coronavirus, ¿qué es lo que más le ha preocupado?
La cantidad de personas que estaba falleciendo y sobre todo, la forma en la que lo estaba haciendo. Aquí, gracias a Dios, no hemos tenido muchos contagios, pero sí he tenido contacto con personas que se han contagiado fuera y han venido a enterrarse. Y lo que te toca especialmente es el dolor de los familiares que no han podido despedirse o acompañar a sus seres queridos en esos momentos, ni sentirse queridos ni amparados por otras personas como acostumbramos aquí. Era duro estar en el cementerio acompañando a los 2 o 6 familiares que permitían dependiendo si era enfermo o no de coronavirus. Ese dolor de la familia ha sido lo más llamativo. Y después, las consecuencias sociales o económicas de esta enfermedad: personas que han perdido su trabajo, que no pueden hacer frente a las necesidades más básicas… Por eso ponía al Santísimo en el altar todos los días y pedía por todos.
D. José María, ¿qué aspecto le ha resultado más especial o característico de Peñaflor?
La forma peculiar de vivir su fe. La forma de vivir o hacer la romería de la Virgen de Villadiego, muy distinta a los pueblos vecinos, que lo viven de otra forma. No se vive la fe con la vehemencia de Lora del Río con su Virgen de Setefilla, ni tampoco es Palma del Río. Está como en una zona de tierra de nadie con su personalidad propia. Personalmente, a mí me ha servido para hacer un cambio suave de la Diócesis de Toledo de la que venía, a la Diócesis de Sevilla con toda su idiosincrasia.

¿Es difícil administrar una parroquia como la de San Pedro Apóstol?
Una parroquia, en definitiva, es como una casa en su parte administrativa. Hay que intentar atender siempre a lo necesario y no perderse en cosas que sean superfluas. Poner orden facilita y economiza mucho la vida. No es complicado administrarla, y siempre desde la generosidad, empezando por el párroco, que tiene que tener actitudes con partes como la económica, que aun sabiendo que es necesaria, hay que desprenderse de ella y confiar en la providencia de Dios, que dará lo que se necesita.
Usted se va, pero su huella permanecerá para siempre en Peñaflor. ¿Cómo quiere que le recuerden?
Recuerdo cuando llegué a Sevilla, que tras la reunión con el obispo, me presenta a su secretario con las siguientes palabras que contienen un matiz curioso: “te presento a José María Campos, un sacerdote bueno” y no como un buen sacerdote, que tiene otro significado. Me conformo con eso, que con el tiempo, me recordasen así, llegando a ser un sacerdote santo.
Y por último, ¿qué mensaje le diría a la comunidad de Peñaflor y a su próximo sacerdote?
Que se centren mucho en Jesucristo, que miren mucho a la Virgen María y desde ahí amarse mucho y pensar más en el otro más que en ti mismo. En querer a la persona, eso es el amor y por ahí tenemos que caminar. Aprender y progresar en el amor, la asignatura más importante de la vida. Y lo que sí digo es que se va un José María mejor que el que llegó, porque ha habido un tiempo, unos encuentros en los que he progresado en el amor. Por tanto, a Alcalá del Río voy mejor sacerdote y persona del que llegué a Peñaflor, gracias a Dios y a la gente que me ha acogido en estos 4 años. Aprender a amar es lo fundamental.
Peñaflor se despide de un sacerdote que, aunque no haya tenido que afrontar grandes obras de restauración como sus predecesores, sí ha realizado una silenciada, calmada y profunda labor en la restauración de la paz y el amor espiritual en la comunidad de la que ha sido su pastor. Colaboradores que han trabajado mano a mano con él, lo definen como “una persona cercana, sensible, ocurrente, bromista y alegre, a pesar de su indumentaria siempre de negro y clériman incluido”. Desde Quivir Información le deseamos que su siguiente destino pastoral esté plagado de frutos. Algo no muy difícil dado su capacidad de trabajo en busca de la paz y la armonía en la comunidad y su carácter comprometido, humano, generoso. Aunque se vaya de Peñaflor, se queda en la Vega del Guadalquivir: solo se va de un extremo al otro de la misma, por lo que seguiremos en contacto con él a través de Quivir Información.