«Un camino de su mano»

Son días atípicos, extraños, de sentimientos confusos, cambiados. Jornadas en las que no se rebosa alegría, en las que falta ese nerviosismo porque todo empieza, porque llega uno de los momentos más importantes para todo cuco: el día en el que acompaña a su Madre hasta su pueblo, el día en el que La tiene un poco más cerca. Hasta el mismo sol también se comporta de forma rara en estos días, le cuesta amanecer radiante por las mañanas. Tampoco bañará de luz ese dulce perfil a la caída de la tarde. Los romeros no podrán hacer esos dos kilómetros que conducen a la gloria y los caballos no abrirán el cortejo de la Stma. Virgen. Los nardos que la perfuman y cuyo olor nos hace decir “huele a la Virgen” se marchitarán sin contemplar esas mejillas sonrojadas. Los cohetes no anunciarán su llegada. Las calles no se engalanarán para recibirla y las puertas no se abrirán para que extienda su protección hasta el próximo año. Tampoco verá a su Hijo. Aquél que cargará con la cruz a cuestas en la noche del Jueves Santo. Y todo esto sucede, quizás, cuando más falta nos hace y más necesitados estamos de esperanza: esperanza por volver a una realidad que cambió de la noche a la mañana, por un futuro sin ese miedo a la enfermedad, al dolor, por volver a la estabilidad laboral o económica que a muchos les han quitado de un zarpazo. Esperanza por volver a levantarnos cada día y estar rodeados de los nuestros, de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros compañeros. Y esperanza por celebrar la vida, de volver a tener esos pequeños detalles que nos llenaban y nos hacían sentir plenos.

Pero a pesar de estos momentos de oscuridad,  Ella nunca nos abandona, siempre está ahí, desde tiempos inmemoriales. Igual que su torre vigía o “castillo” (como lo conocemos muchos de sus hijos) y que la aguarda en su ermita, Nuestra Madre, la Virgen de Villadiego, también es vigía de nuestras vidas, protectora de nuestro destino, valedora de nuestras vidas, intercesora de nuestras súplicas y celestial mediadora ante Dios. Siempre velando por el bien de sus hijos, prestándonos su mano siempre que recurrimos a Ella y extendiendo su manto para salvaguardarnos. ¡Cuántas veces nos postramos ante Ella buscando alivio en su mirada! ¡Cuántas veces nos acercamos una estampa a nuestro pecho, junto al corazón, buscando consuelo! ¡Cuántas invocaciones cuando estamos necesitados y buscamos ayuda! Y siempre Ella, a la que recurrimos continuamente, Nuestra Madre, la Virgen de Villadiego… Benditas sus manos, que nos sostienen en momentos en los que se pierde el sentido de la vida, en los que estamos perdidos, en los que a pesar de observar todo, no logramos ver nada… Unas manos que acariciaron el rostro de su Hijo y que nosotros buscamos en momentos de necesidad, cuando estamos faltos de esperanza y que Ella, de forma abnegada siempre nos presta.

Sin embargo, la esperanza siempre está ahí, y con ella, nuestra Bendita Madre, María Stma. De Villadiego. Siempre mostrándonos el camino de su mano. Con las que nos alienta y nos da fuerzas para superar todo aquello que nosotros creemos imposible, pero que con su ayuda, logramos conseguir. Porque el sol volverá a brillar de nuevo plenamente, ese que también volverá a iluminar, a mediados de agosto, su bendita cara y que ni los pajarillos revoloteando alrededor de su paso se querrán perder. Junto a Ella, caminaremos ese sendero que la trae hasta nosotros, hasta su pueblo. Celebraremos la vida con nuestras familias, con nuestros amigos… y todo esto que estamos viviendo, se quedará en un oscuro sueño. Pero hasta que todo ello ocurra, nos queda seguir recorriendo de forma inevitable un camino: el de la vida. Y siempre, siempre, Ella irá de la mano con nosotros, apartando los temores y encontrando el consuelo y esperanza que todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos necesitado o vamos a necesitar.

Virgen de Villadiego. Foto: Ana Bello.

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